Para disfrutar uno de los espectáculos naturales más impresionantes de Asturias sólo tendremos que andar cerca de una hora,
más o menos calcula media para la llegada y otra media para la vuelta.
Aunque seguro pasarás allí la mañana o la tarde entera, pues ver en directo las imponentes cascadas de
Oneta en toda su dimensión paisajística nos llevará a perder la noción del tiempo, y desear quedarnos literalmente a vivir en ese espectacular y fresco vergel.
Se trata de una ruta de dificultad baja, apta para niños y personas mayores, y es que no hay excusa para perderse este conjunto de cascadas que fueron declaradas Monumento Natural por el
Gobierno del Principado de Asturias hace más de una década, siendo un punto
de referencia para el senderista por sus variados paisajes vegetales y fluviales.
La ruta comienza en el pueblo, en un ancho camino de arena bastante llano, que luego se transforma en pedregoso, y que atraviesa una extensa era.
No encontrarás apenas sombra en ese tramo, por lo que si lo visitas en primavera o verano, procura hacerlo evitando las horas centrales de más calor, y no olvides la imprescindible botella de agua, para refrescarse por el camino.
Seguimos por la ribera del río de Oneta, que está llena de numerosos fresnos, bastantes robles,
y algunos castaños. A medida que el cauce va estrechando, la corriente fluye por difíciles formaciones rocosas entre las que nacen numerosos
pozos, todos de gran profundidad.
Pronto, el río se esconde y se desprende verticalmente por una altura de treinta y ocho metros. Nos encontramos delante de la primera cascada, la Firbia.
Conocida también por el nombre de Oneta, la Firbia es de las tres cascadas que conforman el conjunto etnográfico sin duda la más bella, pues el salto vertical es el mayor de todos, dando mayor sensación de espectacularidad.
Conocida también por el nombre de Oneta, la Firbia es de las tres cascadas que conforman el conjunto etnográfico sin duda la más bella, pues el salto vertical es el mayor de todos, dando mayor sensación de espectacularidad.
Si eres amante de los pequeños detalles, o de la fotografía macro, no solo te emocionarás con la rugiente Firbia. Cada roca, cada árbol, cada pequeño desnivel que la rodea, respira bella vida verde.
En el recorrido entre cascada y cascada, se pueden ver restos de molinos de agua. Y aunque las plantas enredaderas se han abierto paso hasta sus entrañas, dándoles una extraño aire selvático, uno de ellos sigue funcionando en la actualidad, con el mecanismo de la molienda en perfecto estado.
Bajando por un sendero muy estrecho se llega a la segunda cascada, cuyo acceso es algo más complicado y escarpado, por lo que si vas con niños muy pequeños no te la recomiendo.
Llamada A Firbia d'abaxo o más popularmente la Ulloa, es más pequeña y no tan vertical como la primera, pero igual de mágica.
A medida que te acercas hasta ella, la sensación es de encontrar un pequeño e íntimo Edén. Además, si tienes suerte, podrás ver diferente fauna, sobretodo pájaros.
No olvides echar un vistazo a tu alrededor, pues cuenta la leyenda que entre las musgosas y húmedas rocas se esconden pequeños tesoros olvidados.
Sea como fuere, encontrarás que las rocas en sí son un gran tesoro natural difícil de desdeñar.
Luego se encuentra la tercera cascada, llamada la Maseirúa, que es la más pequeña e inaccesible, ya que el camino no está señalizado y se pierde completamente por una zona abrupta.
Decidimos no visitarla, no por falta de curiosidad, sino de tiempo. (Que allí vuela como sus golondrinas...) Así que desandamos el camino aprovechando, eso sí, para recrearnos en los lugares que más nos impresionaron.
Enlace de interés: Cascadas de Oneta